¿Y si la ciencia se hablara con acento centroamericano?
- Catalina Sanchez
- 29 jun
- 3 Min. de lectura
En Centroamérica la ciencia vive por todas partes. Respira en los volcanes, en los arrecifes, en los bosques y en los laboratorios. La ciencia en centroamerica existe. Entonces, no es que no haya ciencia, es que no se cuenta.

La ciencia que sobrevive en silencio.
En Centroamérica se produce ciencia. Hay universidades que investigan, centros que generan datos y profesionales que innovan desde condiciones muy desafiantes. Pero ese conocimiento rara vez traspasa la academia. Se queda encerrado en documentos técnicos, en bibliotecas con pocos visitantes y quizá en eventos cerrados que en definitiva no llegan ni a los medios ni a las comunidades.
¿Quién traduce los papers al lenguaje de la vida cotidiana? ¿Quién traduce esos datos sobre agua contaminada a los vecinos que beben de ese río? ¿Quién le lleva esa información a la comunidad? ¿Quién narra la ciencia centroamericana?
En nuestra región, la falta de comunicación científica es también una forma de desigualdad.
La ciencia no puede permitirse el lujo de hablar solo entre científicos. Mucho menos en una región como Centroamérica, donde las brechas sociales, educativas y digitales son profundas, y donde el acceso al conocimiento sigue siendo un privilegio más que un derecho. La comunicación científica no es un accesorio: es una herramienta urgente para el desarrollo, la equidad y la justicia.
La ciencia sin comunicación es poder desperdiciado.
Muchas veces es fácil pensar que la ciencia “habla por sí sola”. Pero la historia nos demuestra que, si no se comunica bien, puede ser ignorada, manipulada o rechazada. Desde el cambio climático hasta las vacunas, pasando por el uso de plaguicidas o la minería en territorios indígenas, el vínculo entre ciencia, sociedad y el poder es innegable.
Y no, no se trata solo de “divulgar” datos o conceptos científicos, sino de construir puentes de confianza, curiosidad y diálogo entre quienes hacen ciencia y la cuentan y también quienes la viven (muchas veces sin saberlo).
Hablar de ciencia también es un trabajo político.
No porque tengamos que militar en un partido o adoptar una ideología, sino porque decidir qué ciencia se cuenta, quién la cuenta, para quién y en qué lenguaje, es tomar una posición sobre el poder y el acceso al conocimiento. En Centroamérica, donde tantas decisiones se toman de espaldas a la evidencia y tantas comunidades quedan fuera de las conversaciones que las afectan, comunicar ciencia es un acto de justicia.
Comunicar ciencia es, también, redistribuir el poder. Es devolverle a la gente la posibilidad de entender el mundo que habita, y participar activamente en las decisiones que lo transforman.
Un país que no comunica ciencia, es un país que deja su futuro en manos de la confusión. Pero un país que invierte en ciencia y en comunicarla, es un país que fomenta el pensamiento crítico y que empodera a su ciudadanía.
Lo que necesita la ciencia centroamericana es que la escuchen.
El mundo habla de innovación, de inteligencia artificial, de misiones espaciales. ¿Y dónde está la voz centroamericana en esas conversaciones? Necesitamos contar nuestras propias historias científicas, desde nuestras realidades, con nuestras palabras. Porque lo que no se cuenta, no existe. Y lo que no se entiende, no se defiende.
Contar la ciencia centroamericana es darle rostro, nombre, acento y propósito. Es decirle a una niña salvadoreña o guatemalteca que ella también puede descubrir un nuevo exoplaneta. Es mostrarle a un agricultor costarricense que su experiencia empírica puede dialogar con sensores satelitales. Es recordar que entender el mundo es también transformarlo.



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